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Entreguemos nuestros hijos a Dios.

Cuando escucho alguna joven mamá decir: ¡Estoy embarazada!, me pregunto: ¿Cuando pasó ese tiempo? Pero al ver a mis hijos adultos y ya uno de ellos papá, reflexiono: Sí, es evidente que pasó mucho tiempo...

Creo que las mujeres siempre sentiremos que nuestra preñez fue ayer. Pero la realidad está a la vista, y siempre, muy guardada en nuestro corazón está el pensar que “son chicos”. Se nos hace casi imposible pensar que podrán solos con sus propias vidas, y convengamos que tenemos una cuota de egoísmo, siempre ponemos excusas para que sigan dependiendo de nosotras, tenemos la particularidad de querer ayudarlos siempre, tal vez sea esto de ser “maternales”, cuidarlos y protegerlos como cuando eran pequeños.

Pero lo cierto es que ellos crecieron (para mi gusto demasiado rápido), y es cuando me pregunto ¿Será que estuve demasiado abocada a sus alimentos, ropas, tareas escolares, resfríos etc.etc, que cuando quise disfrutarlos se fueron? No pretendo consolarme, pero se que los disfrute, y aún más cuando veo en ellos hombre y mujeres de bien. Agradezco a Dios por haber estado en Su Camino, para poderlos guiar a ellos también; porque ésta fue mi tarea (y seguro también la tuya), entre los quehaceres había que enseñar, animar y conducirlos a los pies de Cristo quien luego sería su Salvador.

El tiempo que las madres intervenimos en la crianza de los hijos creo que es muy corto y todo tiene su tiempo, tiempo de nacer, tiempo de plantar, tiempo de curar, tiempo de edificar, tiempo de reír, tiempo de bailar, tiempo de abrazar, tiempo de coser, tiempo de hablar, tiempo de amar (Eclesiastés 3:1-8); y con los míos puedo decir que lo pude hacer (no sin fallas) por la misericordia del Señor, y creo que fue un tiempo de mucho trabajo. Preparando lo que habría de venir, lo que llamo tiempo de “destete”, y no es precisamente el amamantamiento, sino el tiempo en que son llenas sus mochilas con riquezas emocionales y espirituales, y enviarlos a la vida; “Los hijos son una herencia del Señor los frutos del vientre son una recompensa. Como flechas en las manos del guerrero son los hijos de la juventud.” ¡Qué valor más apreciado que Dios nos haya bendecido con tal valor, y que privilegio enviarlos a la vida así como flecha a fin de que ellos influencien a otros!

Por cierto no siempre obtenemos los mismos resultados, a pesar del tiempo y enseñanzas invertidas, el saldo es a veces negativo, lo que yo digo: “No están mal enseñados”, “son mal aprendidos”, esto no depende de nosotras, sino de la naturaleza pecaminosa del hombre, “sólo en Jesús hay Salvación”.

No es fácil el “destete”, “entregar” a los hijos a Dios; admiro la actitud de Ana para con Samuel; deseó con todo su ser a su hijo; a quien amó y espero desde antes de concebirlo y aún así lo dedicó (lo entregó) a Dios y... ¡lo dejó en el templo! ¡Qué mujer!, ella sabía que no había lugar más seguro y adecuado que ese, en donde podía estar su hijo por el resto de sus días, en las manos de Dios (1º Samuel 1:1-28).

El tiempo pasa y nuestros hijos ya adultos deben ser depositados confiadamente en las manos de Él, aún si ellos no responden positivamente a las enseñanzas éticas cristianas que le hemos impartido; nuestra tarea es muy corta casi una brisa en sus vidas; hoy es “tiempo de amar, tiempo de callar”, y yo agrego “tiempo de esperarlos”, cuando ellos crean que es necesario nuestro consejo y ánimo. Digo que nuestros hijos tienen un efecto de bumerán, los envías y vuelven; lo importante y sabio es estar dispuestas a esperarlos sin reproches ni explicaciones, como en la parábola del hijo pródigo (Lc 15:11-24), el Padre que esperaba todos los días y miraba si su hijo llegaba, “oremos sin cesar” (Ana cosía una túnica y cada año le llevaba a Samuel, ¿te imaginás cuánto habrá orado por su hijo con cada una de las puntadas?) y esperemos sus llegadas. Creo que estando fuera del camino el Espíritu Santo obrará en sus corazones, “cuando fueren viejos volverán al Camino”.

Gracias al Creador nuestros hijos tienen una preciosa identidad, muy diferente a la nuestra, sus vidas solo serán sazonadas con algunos de los ingredientes que les hallamos dado y que bueno es el Todopoderoso, quien es el único que podrá con “su voluntad agradable y perfecta” completar sus vidas para Su gloria, y no la nuestra; “siervas inútiles somos, no hicimos más de lo que el Señor nos encomendó”, cuidar y amar a la heredad.

No importa los años que hayan pasado, tal vez aún no hayas “destetado” a tus hijos, yo te animo a que hoy lo hagas, confiada en Aquel quien es tu Señor; pídele perdón por el tiempo que los guardaste celosamente para ti, intentando hacer aquello que no está al alcance de tu mano; entrega a Dios sus vidas con sus aciertos y desaciertos dándole la libertad a Dios que obre milagros en ellos, agradece a Dios por haberte permitido criarlos y, bendícelos en el nombre de Jesús, el Señor es bueno para salvar y perdonar.

Entre tanto, espera y disfruta, recuerda que los hijos vuelven y ese será tu “Tiempo de risa y baile”, disfrútalos. ¡Amén!
Gracias a Graciela, mi esposa y mamá de nuestros hijos.

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