En el subte de Buenos Aires viajan un millón y medio de personas por día, y una de ellas es una chica ciega, Patricia, a quien la marea humana de la estación Carlos Pellegrini amenaza con devorar. Patricia baja del tren, se mete en un pasillo, avanza como puede a golpe de bastón y justo antes de que la turba de la hora pico la arrastre, surge un señor canoso que la toma del brazo y se ofrece a acompañarla. Ella dice que en el subte la ayuda tarda, pero llega, como la justicia divina, y que siempre alguien aparece porque los ciegos llaman mucho la atención.