Los profetas no podían callarse, porque la Palabra de Dios los consumía. En ellos había nacido un imperativo ineludible de levantar su voz.
La pasada semana vimos que en Apocalipsis 6 al apóstol Juan oye los cánticos celestiales pero levanta su voz de protesta profética contra el imperio, oye también el clamor de las víctimas.
Y decíamos que ser profeta tiene dos dimensiones, una vertical y una horizontal. El profeta ha estado con Dios, ha visto a Dios y conoce a Dios íntimamente, y ve todo desde la perspectiva de Dios. Pero el profeta también vive cerca de su pueblo y ve su realidad.
Ambas dimensiones son esenciales. Si sólo ve a Dios, puede ser un místico pero no un profeta. Si sólo ve al mundo, puede ser un sociólogo o un economista, pero tampoco un profeta.
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La pasada semana vimos que en Apocalipsis 6 al apóstol Juan oye los cánticos celestiales pero levanta su voz de protesta profética contra el imperio, oye también el clamor de las víctimas.
Y decíamos que ser profeta tiene dos dimensiones, una vertical y una horizontal. El profeta ha estado con Dios, ha visto a Dios y conoce a Dios íntimamente, y ve todo desde la perspectiva de Dios. Pero el profeta también vive cerca de su pueblo y ve su realidad.
Ambas dimensiones son esenciales. Si sólo ve a Dios, puede ser un místico pero no un profeta. Si sólo ve al mundo, puede ser un sociólogo o un economista, pero tampoco un profeta.
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