Una perspectiva cristiana
Por Febe Libert de Mackey -
En el año 2015 se reportaron 286 femicidios en Argentina. Frente a estas y otras situaciones que vivimos como sociedad me pregunto: “¿Qué haría Jesús?”. Sin lugar a dudas no permanecería a un lado lamentándose por lo que ocurre. Jesús dignificó y enalteció el rol de la mujer en la sociedad. Pero más aún, me atrevería a decir que Jesús no vio ni trató a las mujeres como tales, sino como personas, tan personas como los leprosos a quienes sanó, como el ladrón en la cruz a quien perdonó, como a Nicodemo a quien le dijo que debía nacer de nuevo, como al joven rico a quien le dijo que no debía permitir que sus riquezas se enseñorearan de él, o como a sus apóstoles con quienes compartió tres años de servicio. Para Jesús cada persona que estuvo cerca suyo fue digna de Su amor y Su respeto, hombre o mujer, pobre o rico, sano o enfermo. La sociedad en tiempos de Jesús tenía muchos marginados – hoy tenemos los mismos u otros – pero para Jesús ni los marginados sociales ni los encumbrados sociales fueron ni son tales, sino que fueron y son en todos los casos sujetos objeto de Su amor.
Dicho esto, nos ocupa hoy el femicidio, el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres. Tristemente en muchos casos la mujer muere a manos de sus parejas o ex parejas, lo que nos lleva a pensar qué podemos hacer para frenar esa violencia intra-pareja, que si no se frena crece, y si crece puede llegar a la muerte.
Tal vez algunas claves te ayuden a buscar ayuda si estás en una relación que se perfila de violencia, o te sean útiles para ser de ayuda si ves a alguna amiga u otra mujer pasando por esa situación.
El lema de las marchas fue “ni una menos”. Permítaseme dar algunas pautas bajo el lema
“NI UNA MAS”…
– que calle en silencio, sea por miedo a las amenazas, o por miedo a la vergüenza y a la humillación. Buscá ayuda: familia, vecinos, amigos, iglesia, organismos públicos.
– que se valore tan poco a sí misma que permita el maltrato físico o psicológico. No permitas los golpes, cachetadas, pellizcos, tironeos de cabello ni ninguna de las formas de maltrato físico, ni siquiera las más leves. Pero tampoco el psicológico o emocional como la continua descalificación en privado y en público, humillaciones, prepotencia, cinismo, agravios, intimidación. Acordate que la agresión que no se frena se incrementa.
– que no se dé cuenta de que está inmersa en una relación tóxica y no pida ayuda inmediata.
– que acepte el aislamiento como la norma en su relación de pareja.
– que trate de esconder las evidencias físicas del abuso o la violencia.
– que compre el mensaje de que las “medidas” de su cuerpo son más importantes que quien ella realmente es, y en consecuencia, si no tiene aquellas consideradas ideales, acepte cualquier pareja – aún maltratadora y humilladora – sólo porque le han vendido que con su figura no puede aspirar a nada mejor.
– que se deje manipular por los sentimientos de culpa, por el “algo habré hecho”. Es posible que tengas errores, y muchos. Todos los tenemos y debemos reconocerlos y no jactarnos de ellos. Pero NADA justifica tipo alguno de violencia o maltrato.
– que acepte que la condición de hombre autoriza la agresividad del hombre sobre la mujer. La Biblia enseña a los maridos a amar sus mujeres “como Cristo amó y la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25).
Si sos varón y estás leyendo estas líneas, recordá que Dios hizo a la mujer como hueso de tus huesos y carne de tu carne (Génesis 2:23). Que ambos, hombres y mujeres, fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Que los celos enfermizos, el deseo de controlar o “poseer” a la pareja no son sanos y están en contra de la voluntad de Dios.
La Biblia es rica en expresiones respecto a la forma en que debemos tratarnos unos a otros. Colosenses 3:14 dice: “Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto”. Un amor que dignifica, que valora, que permite al otro expresar lo que siente, que no hiere, que ayuda a que ambas partes estén bien consigo mismas y con el otro.
No es fácil. Vivimos en una sociedad violenta en la que, al decir de la canción de Calamaro “no se puede vivir del amor”. Sin embargo, esa pérdida de amor nos ha llevado a estar como estamos. Como creyentes sabemos que “el amor de Cristo ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Por eso los cristianos sí podemos vivir del amor. De ese amor de Dios en nosotros. Esta contracultura es revolucionaria, y es posible. No va a acabar con los femicidios, pero puede ser sal y luz en una cultura en la que muchas veces la palabra amor se ha reducido a la genitalidad, y en la que la violencia y la falta de respeto por la vida se han convertido en moneda corriente.
Enciende una luz y déjala brillar; la luz de Jesús que brille en todo lugar.
Fuente: ALC
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