Me gustó el
artículo y lo comento desde la perspectiva no del “superado” sino como una
confirmación para aquellos que sí tratamos de fundamentar a nuestros hijos en lo que sostenemos es el único Camino. La autora expone su situación ante la crisis y entiendo que lo
hace sin pretender rédito alguno, solamente compartir lo suyo. Léalo completo por favor.
Y como muchas veces queda al descubierto la hipocresía que está en
todas partes. La hipocresía a la que temo. La hipocresía que daña, a uno y a
otros, que se filtra por los poros, la que me cuesta desalojar totalmente. La
que como un ocupante clandestino se va, y vuelve apenas me descuido.
Hipocresía aprendida. Interesante mirada de J. L.
Borges en esta
nota.
La vida, es sumamente compleja, salvo que hayamos nacido
espontáneamente en una isla abandonada (un caso un poco extraño), lo normal es
convivir con otros y tratar de entendernos sin superponernos, lo cual resulta algo
idealista. Como esto normalmente no se da, aparece ella.
Vuelvo al artículo del diario y a la educación de los hijos,
a esas personas amadas...
En la autora percibo lucha, lucha interna, y... “es dura cosa dar coces contra el aguijón”,
la instrucción recibida de niña en el Camino es lo que hace que la adulta de
hoy, alejada, considere: Yo, mientras
tanto, intentaré no enmudecer ante la imagen de la pasión de Cristo, y
reconciliarme con las creencias que, mal que me pesen, me permitieron forjarme
una identidad.
Hace tiempo, dejé de
creer, pero la conciencia no se puede silenciar y a pesar de todo lo
decidido y vivido, la palabra aprendida no deja de incomodar, “me pregunto si las licencias que me he tomado,
si las conclusiones a las que he llegado son válidas, no para mí, sino para
otros”. ¡Aleluya!
Celebro, porque educar hijos es TODA una responsabilidad, y
si aún se ve una tenue luz de la imagen de Dios en el hombre apartado, en algún
momento llegará el desafío. Y es que de pronto vi tambalearse todo mi
sistema de creencias. El edificio entero resquebrajándose en mil pedazos.
No sé, tampoco, cómo
enseñar el agnosticismo a un niño. Esta es una opción de pensamiento, a todas
luces, adulta.
Los niños creen. Es
algo intrínseco a su naturaleza. No solo creen, sino que necesitan creer. Un
niño sin fe es un adulto.
Creer es una forma
de llenar el vacío. De cubrir las lagunas de lo inexplicable.
A veces pienso que,
como un avestruz, intento negar una realidad que, tarde o temprano, deberé
enfrentar.
Lo que el Dalai Lama dijo, es lo que muchos siglos antes
Jesús mandó: “Yo les he dado el ejemplo,
para que ustedes hagan lo mismo”. Claro el problema está en nuestra obediencia, en la sinceridad, algo opuesto a la hipocresía y que Jesús reprendió.
Comparto el peso de la responsabilidad cuando dice: hacia las bases de lo que les enseñaré.
Tal vez, la autora tema aún volverse al camino de la fe abandonando
su actual sistema, pero nosotros ¿A que le tememos?
En medio de la lucha, ella cede y aparece el viejo sistema interesado
en replicar esa hipocresía que critica, He
decidido, pues, enseñarles que la bondad se ejerce desde el silencio de la
conciencia.
No es grato ver niños hechos adultos por una sociedad que ha
hipotecado su inocencia (la de los niños) por unos pesos o un poco de comodidad
al evitar el “que dirán”.
Ella lucha, nosotros luchamos, desde distintos planos pero confío
en que la palabra implantada en su niñez dará fruto. Entre tanto, no nos
dejemos avasallar por el pecado. Luchemos con las armas del Señor y tendremos
victoria, eduquemos en amor y con Verdad y veremos surgir una sociedad
regenerada de la mano de Jesucristo, el Señor.
Todo esto, sin ánimo de ofender a alguien.-
Cuanto tiempo, hermano... muy buenas reflexiones. Tengo un hijo, 23 años, que hoy no quier saber de Dios y de la iglesia, pero fue creado en Evangelio. Oro para que Dios lo restaure un dia, y que se cumpla Prov 22:6.
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