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El futuro de nuestros jóvenes

Por Alieto Aldo Guadagni  | Para LA NACION

Estamos defraudando a las jóvenes generaciones, ya que no las estamos preparando adecuadamente para afrontar los enormes desafíos laborales que mañana les plantearán los jóvenes del resto del planeta que hoy estudian intensamente. Es hora que nos ocupemos del futuro de nuestra gente. Leer todo el artículo...



Hacia 1998, por cada graduado universitario en Chile se graduaban 2,4 en la Argentina, mientras que en Brasil se graduaban seis por cada uno aquí; estas diferencias no asombraban teniendo en cuenta la población de cada país. Pero el panorama cambia en la última década, ya que hacia 2009 (según datos del Ministerio de Educación de cada país), en Brasil se graduaron 827.000 profesionales; en la Argentina, 98.000, y en Chile, 67.000. O sea que ahora, por cada graduado argentino hay 8,4 en Brasil, y por cada graduado chileno hay apenas 1,5 en la Argentina.
La explicación de esta evolución es simple: mientras que entre 1998 y 2009 la graduación universitaria en nuestro país trepo 96%, en los otros dos aumentó mucho más: 175% en Brasil, en tanto que se triplicó en Chile. Cada 1000 habitantes hay anualmente 4,3 graduados universitarios en Brasil; 3,9, en Chile, y apenas 2,5, en la Argentina.
En una comparación internacional, nuestra graduación universitaria sale mal parada, ya que, según la Unesco, apenas se gradúa aquí el 14% de los jóvenes. Mejor no medirse con países como Australia (61%) o Nueva Zelanda (54%), sino con otros de América latina, como Panamá (25%), Cuba (21%), México y Brasil (19%) y Chile (15%). Debemos reconocer, de cualquier manera, que somos una nación con pocos graduados universitarios.
Además, la matrícula universitaria argentina está anclada en el pasado, ya que tienen poca presencia en la graduación (apenas 14%) las disciplinas científicas y tecnológicas, que son esenciales para afrontar los requerimientos laborales del siglo XXI.
Nuevamente es preferible no hacer la comparación con los países más avanzados en este sentido (según la Unesco, en Corea la graduación en las carreras científicas y tecnológicas representa nada menos que el 34% del total), sino hacerla en nuestro continente, con México y Colombia (26%), Chile (24%) y Panamá (20%).
Es interesante destacar que mientras en Chile por cada 100 abogados en 2009 se graduaron 207 ingenieros, nuestras universidades estatales graduaron, ese año, 49 ingenieros cada 100 abogados, en tanto las universidades privadas graduaron menos de ocho.
Señalemos que durante 2009 las universidades privadas argentinas graduaron 16.008 profesionales en las denominadas ciencias sociales, mientras que al mismo tiempo escasamente graduaban tres profesionales en física, 23 en matemática y 47 en química. El progreso de las naciones en las próximas décadas en este mundo del trabajo globalizado estará directamente vinculado a su capital humano y no a sus recursos naturales; pero este capital humano deberá estar vinculado a la compleja naturaleza de las transformaciones tecnológicas, que avanzan aceleradamente de manera exponencial.
Nuestro sistema universitario no sólo está anclado en el pasado, sino que, además, no ofrece a la nación un nivel aceptable de graduados, teniendo en cuenta el nivel de nuestro PBI per cápita en el escenario mundial y, particularmente, como hemos visto antes, en América latina.
Tenemos pocos graduados universitarios y, al mismo tiempo, somos una de las pocas naciones que no aplican exigencias estrictas para ingresar a la universidad, como es tradicional en muchas naciones desde hace ya mucho tiempo. Son numerosos los países que aplican exámenes generales a la finalización de la escuela secundaria, cuya aprobación es un requisito para poder ingresar en la universidad. Tienen este tipo de exámenes Alemania (Abitur), Australia (Senior Certificate), Corea (Test de Aptitud), Finlandia (Examen General de Matriculación), Hungría (Examen de Madurez), Italia (Exame di Stato), Polonia (Matura), Israel (Bagrut) y Francia (Baccalaureat).
Hace años que Brasil también aplica exigentes exámenes generales a la finalización del ciclo secundario, cuya aprobación es un paso previo al ingreso en la universidad. En el pasado octubre, este examen instrumentado por el gobierno de Brasil, conocido como ENEM, fue rendido por alrededor de cuatro millones de estudiantes secundarios; fueron dos días de cinco horas de examen cada día. En Chile, este tipo de examen general al finalizar el ciclo secundario, ahora denominado PSU, se aplica desde hace muchas décadas y fue también rendido en dos jornadas en diciembre. Estas dos naciones coinciden en instrumentar este tipo de exámenes, que son requisito para ingresar en la universidad y que permiten asignar los cupos determinados para cada carrera. Además, estos exámenes sirven de base para la adjudicación de becas en función de sus resultados y de la situación socioeconómica de las familias.
Días después de concluir estos exámenes, se otorga la máxima difusión a la nota obtenida por el grupo de egresados de cada escuela secundaria, estatal o privada y, de esta manera, toda la sociedad es transparentemente informada sobre el nivel educativo de los graduados de cada unidad escolar. Recordemos que esto está expresamente prohibido entre nosotros por la ley de educación en vigor (artículo 97). Somos un curioso caso excepcional en el mundo, ya que negamos el derecho a la información, que es clave para cualquier proceso serio de mejora de la calidad de la educación.
Un ejemplo interesante en cuanto a los exámenes de ingreso es Cuba, donde en el mes de mayo pasado rindieron el examen de ingreso 43.000 estudiantes; Juventud Rebelde (órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas) ya había anunciado en abril de 2010: "Los jóvenes que aspiran a comenzar el próximo curso una carrera universitaria deberán realizar exámenes de ingreso de matemática, español e historia". Los resultados de estos exámenes sirvieron para asignar el cupo de ingreso a cada carrera, privilegiando cuantitativamente pedagogía, ciencias médicas y ciencia y tecnología. El cupo asignado a ciencias sociales se ubicó en apenas 5% del total.
Es notable que estas naciones latinoamericanas que aplican no sólo exámenes de ingreso, sino que, además, establecen cupos carrera por carrera, nos superen en graduación universitaria y además avanzan en el sentido de estimular las carreras requeridas por el siglo XXI.
No deja de ser una paradoja, claro que sólo aparente, que los países más estrictos en el ingreso muestran mejores resultados cuantitativos y cualitativos en el egreso. Mientras las universidades estatales argentinas gradúan apenas el 23% de los que ingresan cada año, en Brasil y en Chile esta graduación es más del doble mayor.
El mejor favor que les podemos hacer a los adolescentes de hoy es implantar sin demoras exámenes generales de graduación al finalizar el ciclo secundario, como hace casi todo el mundo; no se trata de limitar a nadie, sino de ayudarlos a ingresar en el difícil mundo laboral globalizado a través de la cultura del esfuerzo y la dedicación al estudio.
Con esto sólo no alcanza, es urgente mejorar la calidad y la inclusión de la educación secundaria e incorporar sin demora a los sectores sociales más postergados, que hoy desertan masivamente. Según la Unesco, apenas el 43% de nuestros adolescentes concluye el ciclo secundario (en Chile y Perú lo termina el 70%; en Colombia, el 64%, y en Bolivia, el 57%).
Estamos defraudando a las jóvenes generaciones, ya que no las estamos preparando adecuadamente para afrontar los enormes desafíos laborales que mañana les plantearán los jóvenes del resto del planeta que hoy estudian intensamente. Es hora que nos ocupemos del futuro de nuestra gente.
El autor es miembro de la Academia Nacional de Educación

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