Primeramente y primordialmente, es un signo espiritual [el lenguaje]: el indicio más alto y más hondo de la índole de los recursos subjetivos con que cuenta o deja de contar una comunidad. Con él, cada uno de los que la integran conoce, se da a conocer y logra autorreconocerse. La palabra no puede decirlo todo, pero lo dice todo de quienes la emplean.
Es difícil decidir si la decadencia de los valores morales y políticos de una comunidad se inicia con la desvitalización del lenguaje o si ésta termina por reflejar la agonía de aquéllos.
Así comienza un precioso artículo de don Santiago Kovadloff, y continúa luego...
La obscenidad de lo grotesco consiste en su ostentación; en la exhibición de la vulgaridad como un bien.
Hace algunos días conversabamos con mi hija acerca del tema, cuando en nuestro recorrido, nos tocó cruzar por el centro de una revuelta estudiantil a la salida de la Escuela Normal. Todo un compendio grosero.
Los "chicos" usan la grosería como gracia cuando se trata de lo contrario, pero vaya uno a hacérselos entender cuando desde "arriba" se da el ejemplo. Esto lo trata muy bien el filósofo Kovadloff, no voy a considerarlo yo.
La Biblia expresa: ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. Son las palabras de Jesús según el evangelio de San Mateo cap. 20 vers. 34. Y termina luego el párrafo: Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.
Más allá de la crisis educativa que atraviesa nuestro país, lo peor es la crisis moral que pone en peligro el futuro del mismo.
Si vamos a cambiar, volvamos a las fuentes, al camino antiguo. No es cuestión de desechar lo avanzado gracias a la ciencia o la tecnología, de retroceder en el tiempo, sino de permitir que el Creador revalorice y resignifique nuestras vidas y así se beneficie la comunidad toda.
Vamos, ¡Acercate a Jesús!
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