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Discriminación, permisividad, inmoralidad, ¿Quo Vadis?

Queridas autoridades todas: ahora que acaba de celebrarse el "Día del orgullo gay", los evangélicos anunciamos que queremos ser discriminados como los gays. Sí, queremos sufrir la misma discriminación. Ni más, ni menos (*). Será, ¡por fin!, nuestro día del orgullo guay.
Queremos que cuando hagamos el día del Orgullo Evangélico (o similar) nos den las calles y plazas principales, sin que importe que se corte el tráfico o que hagamos ruido con música, palmas, megáfonos y alegría desbordante. ¡Y sin límite de horarios! ¡Ah, y que nos acompañen políticos famosos, que se hagan fotos con una Biblia en la mano, porque eso es “guay”!

Tampoco nos importaría que en cada serie de televisión (especialmente la televisión pública) apareciese una familia protestante modélica, solidaria, generosa, comprensiva, encantadora, y progre… sin renunciar a ninguno de los principios de la fe protestante y reivindicativa de nuestro derecho a ser aceptados, hasta a convencer a otros de lo que pensamos. Todo eso también es guay.

Hablando de ser aceptados, tampoco nos molestaría que si alguien opina de forma crítica a nuestra orientación religiosa sea considerado “religiófobo”, políticamente incorrecto y hasta mal visto por su intransigencia.

Finalmente nos parecería muy bien que se enseñe en las escuelas a todos los alumnos que es absolutamente normal tener una orientación religiosa, incluso bueno; que hay que respetarlo y entender que el ser humano ha sido hecho así, con esa posibilidad de creer en Dios. Y que se anime a los jóvenes de fe evangélica a salir del armario de la increencia forzada.

También debería considerarse religiofobia cuando en cualquier clase nuestros adolescentes y jóvenes evangélicos sufran la burla, la ironía cruel de sus compañeros por sus creencias. Por ejemplo, si se les ocurre defender la castidad prematrimonial (como ha hecho Kaká, que parece que hay que ser jugador del Milan -ahora ya del Real madrid- y ganar la Copa de Europa para que te respeten un poco tus ideas, algo que no está al alcance de todos). Al fin y al cabo, esa burla hiere su identidad, sus sentimientos y su autoestima, causándoles heridas.

En fin podríamos seguir… pero es mejor dejarlo. No queremos continuar.

Nos bastaría, ahora totalmente en serio, con ser iguales a cualquier ciudadano, y que ningún ciudadano tenga más derechos que otros (ni menos).

En el pasado, sufrimos la enorme injusticia y agravio comparativo por parte de una sociedad inmersa en un catolicismo monolítico que nos impuso su autoritarismo.

Ahora empezamos a tener el sentimiento de que ese mismo agravio comenzamos a vivirlo de manos de un laicismo antirreligioso, fundamentalista y militante, que ha hecho del tema gay (cuestión que en lo personal merece y tiene todo nuestro respeto) su bandera; de forma que se impone una lectura moral de las leyes y de la sociedad en la que todos somos iguales, pero algunos son bastante más iguales que otros.

La diferencia, y es de agradecer, es que ahora podemos al menos expresarnos públicamente. Y reconocemos que también es guay.

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