Podríamos acudir a muchos textos que hablan de la seguridad en el Señor. No tenemos dudas y ha quedado demostrado una y otra vez que en Él está la mayor seguridad.
Pero es notable que Jesús utilice una anécdota vinculada con la inseguridad de su tiempo para ilustrar la idea de misericordia (Lucas 10.25-37). Sabemos que la referencia de Jesús es correcta, y que el camino de Jerusalén a Jericó –unos 30 kms.– era conocido por los salteadores de la zona.
Pensando en la inseguridad de aquel tiempo, encontramos a un Barrabás, probablemente un asesino, que estaba en la cárcel por sus fechorías, y también en los ladrones al lado de Jesús en la cruz. Eran tiempos también muy difíciles. En realidad la violencia también recorre las páginas de la Biblia.
Ante nuestra realidad: ¿qué hacemos hoy? La diferencia es que hoy la inseguridad viene de la mano de adolescentes y jóvenes abrumados, enfermos y abandonados. Esto nos descoloca, pues si bien es similar la situación de violencia, pero ahora en manos de quienes están aflorando a la vida.
En algo muy importante hemos fallado de manera radical, y estamos ausentes –por no decir autistas– en el marco de nuestra sociedad. El templo y las actividades que desarrollamos en ellos ¿sirven a Dios? ¿No querrá Él misionar de otra manera?
Es la sal de la Palabra y el testimonio cristiano, que se disperse en todos los niveles y estratos de nuestra sociedad, la que podrá transformar el mundo, ofreciéndole seguridad genuina y amor a las personas.
En realidad la palabra “amor” se ha vaciado de contenido. Puede significar muchas cosas, menos el significado que Jesús le dio. Y ese significado es el que está ausente en la sociedad.
No miremos para otro lado, somos nosotros lo que tenemos esta responsabilidad en estas circunstancias, si no “hablarán los cascotes…”
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