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"Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lucas 1:38).

"Solía pensar que los dones de Dios estaban colocados en anaquelería, uno arriba del otro. Cuanto más alto yo creciese, más fácil les alcanzaría. Ahora yo pienso que los dones de Dios están colocados en anaquelería, uno abajo del otro. Cuanto más yo me incline hacia abajo, más fácil les alcanzaré." (F.B. Meyer)

Nuestra vida cristiana consiste en buscar al Señor de tal manera que seamos siempre una bendición en Sus manos. A cada paso que damos en Su presencia ascendemos una grada en el conocimiento de Su voluntad. Queremos agradarlo y de esta forma, agradar a nuestros hermanos. Si somos una bendición en las manos de nuestro Dios ciertamente lo seremos también en la vida de aquéllos que están a nuestro alrededor.
Sabemos que el amor es la característica de la vida de aquéllos que siguen al Señor. El cristiano está siempre presto a extender las manos a los necesitados, a consolar los que pasan por luchas y dificultades, a llevar una palabra de esperanza a aquellos que ya a perdieron. Cuanto más nos aproximamos al centro de la voluntad de Dios más alto nos colocamos y más fácilmente el Señor nos usa para Su gloria y honor.
Pero crecer en la obra de Dios no significa alcanzar una posición de destaque e importancia. No puede significar una disculpa para una vida de orgullo y vanidad. No nos tornamos superiores y ni tenemos más derechos que los demás.
Ascendemos para tornarnos más siervos, para llegar más rápido al punto más bajo. Cuanto más alto estamos en la obra de Cristo, más entendemos qué nada somos y que sin nuestro Salvador nada haríamos. Ascender, en la vida cristiana, significa llegar bien abajo, junto a los pies del Señor, para cumplir determinaciones, para aceptar su dirección, para desaparecer mientras Él aparece, para tener el mismo pensamiento de María, la madre del Señor: "Heme aquí, haga en mí su voluntad."

Paulo Barbosa

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