En cambio, actualmente vivimos en una sociedad cada vez más victimista. En una cultura así, todo el mundo siente que está definido por todo lo malo que les ha pasado o que les está pasando en estos momentos. Todos buscamos ser parte de un grupo que tenga un estatus especial por todo el sufrimiento y dolor que hemos experimentado. Así que nos aferramos a la ofensa porque nos ayuda a definirnos.
En una cultura victimista es muy fácil acabar pensando cosas como: “Todo lo que yo hago está movido puramente por amor, pero lo que tú hagas, si conlleva que no estés de acuerdo conmigo, solo puede significar que está motivado por el odio”. En cuanto esto se convierte en la narrativa cultural, el desacuerdo se interpreta como odio. Entonces empezamos a hablar de crear lugares seguros, y muchos en la cultura piensan: “No puedo decir esto o estar en desacuerdo con esto otro, porque si lo hago se me tomaría como alguien que odia a los demás y no quiero que me acusen de eso”.
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